El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

martes, 5 de octubre de 2010

70 Aniversario de “El Fogón de los Arrieros”

Por Carlos Semorile

 

El lunes 7 de Octubre de 1940 comenzaba a irradiarse, desde Radio El Mundo de Buenos Aires y para gran parte del territorio nacional, El Fogón de los Arrieros, un programa escrito por Buenaventura Luna y animado por él mismo y por su conjunto La Tropilla de Huachi-Pampa.

 

Es mucho lo que se ha escrito respecto de la adhesión que logró aquella audición en un público que, como el propio Eusebio Dojorti y sus cachorros de La Tropilla, formaba parte del proceso migratorio que había depositado a los hijos del país argentino en los suburbios y en los oficios despreciados por la arrogante metrópoli. Por nuestra parte, perseveramos en sostener que la masividad y la fidelidad de la audiencia fueron posibles merced a que se respetó la inteligencia de los oyentes y, como en un juego de espejos, se les devolvió una imagen digna de sí mismos.

 

En este sentido, El Fogón de los Arrieros fue uno de esos fenómenos culturales que suelen anticiparse a los sucesos revolucionarios en la medida en que actúan como activos revalorizadores de la propia cultura y, por ello mismo, despejan el camino para la toma de conciencia de lo medular del drama nacional. Leamos cómo se despedía, el 16 de Diciembre del ´40, ese primer año del programa:

 

El éxito no ha sido casual. El material básico de Buenaventura Luna fue honradamente concebido y realizado; el gaucho, su vida y sus andanzas, justamente enfocados, tenían la humana pureza de la sencillez y de la verdad; se supo renunciar al éxito teatral para imponer las inquietudes y las alegrías del paisano y todo ello en el marco de verdadero sentimiento criollo. Así fue como El Fogón de los Arrieros se adentró a galope tendido en el corazón de los oyentes (…) Debemos agradecer a los oyentes, el favor de su atención y la cuantiosa correspondencia de aplauso con que nos honraron, y también debemos pedirles disculpas si aun no se ha contestado toda esa correspondencia y, al mismo tiempo, que nos perdonen por la renuncia sistemática a recibir visitas durante la transmisión. Ese hermetismo se debió al deseo de mantener el encanto imaginativo, el ensueño del oyente, que frecuentemente suele desvanecerse después de ver la acción dentro del estudio.

 

Para finalizar, tomemos un ejemplo al azar de un pequeño fragmento de aquellos libretos que Buenaventura Luna iba “tecleando como uno obseso, y era puro mate” que su compañera, Olga Maestre, le cebaba mientras velaba la parición nocturna de sus trabajos:

 

Silenciosa y liviana, la nieve ha puesto un lienzo blanco en las laderas serranas. Hacen los arrieros el camino que juega al escondite y se pierde a cada rato entre los altos fantasmas de los montes, entre el caldén y la chilca, que asoma a veces de la nieve que acalla los ecos sonoros de la tropa. Cuestas y repechos, vueltas y más vueltas, llega por fin el codiciado alto en el camino, el ansiado fogón, la consabida rueda de hombres y guitarras y el esperado relato del capataz que bien puede ser un trozo de la apasionante leyenda de Sinecio Trenzales, algunas sabrosas y concienzudas sentencias del Tata Viejo, alguna colorida escena en los ranchos de “Ña Bailona, La Pobre.

 

  ¿Hace cuánto que los oídos de los oyentes no son tratados con la delicada sonoridad que su atención merece? El libretista va depositando -melodioso, armónico- palabras que requieren, pero a la vez crean, un cierto tipo de oyente -refinado, sutil-, y la escucha se vuelve atenta a la espera -podría decirse que a la “pesca”- de la próxima perla que está por cruzar el éter. ¡Qué lujo! Años febriles de la radiotelefonía argentina: ¿se llega a valorar lo que tuvo entre manos, lo que ella misma propaló con tan intensa dignidad para el escucha? Aquel oyente-cazador posiblemente se haya perdido en el tiempo, huérfano de las palabras que, con su poder y su magia, lo invitaban a celebrar su propia cultura nacional.