El Pensamiento de Buenaventura Luna

Eusebio de Jesús Dojorti, popularmente conocido como Buenaventura Luna, fue un destacado folklorista sanjuanino nacido en 1906 en Huaco y fallecido en 1955 en la ciudad de Buenos Aires. Pese a que éste es su perfil más conocido, su trayectoria pública tuvo muchas otras facetas: fue militante político, periodista, escritor costumbrista; creador, director y productor artístico de grupos de música nativa; libretista y animador de sus propios programas radiales; poeta, músico, letrista y recitador. En cada una de estas áreas puede rastrearse una rabiosa piedad política por el semejante, por el hombre y la mujer humildes del país argentino, por la Justicia Social. Este blog intentará dar cuenta de la originalidad y la riqueza que Dojorti/Luna desarrolló en su infatigable laborar en el ámbito de la Cultura Popular: una reflexión que puede enmarcarse dentro del Pensamiento Nacional pero también, y a la vez, un pensamiento propio. Un Pensamiento Dojortiano.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Coquita y alcohol - Alumnos del Conservatorio Manuel de Falla

Cuento de Navidad



(Imagen rescatada por Rodolfo Ferrer)

 

Cuento de Navidad

Canción: letra de Buenaventura Luna y música de Eduardo Falú

 

Sus largas orejas

el asno paró:

“¿Adónde ha nacido?”,

el buey preguntó.

 

Muy quedo, la oveja

balaba: “en Belén”.

Los Reyes dijeron:

“Será para bien”.

 

Calentaron con su aliento

al recién nacido Rey,

los corderos y el jumento,

lo mismo que el manso buey.

 

Y a este cuento que yo digo,

siendo chango lo contó

El Tatita, que es mi amigo.

Por eso yo creo en Dios.

 

II

A la medianoche

el gallo cantó.

Los hombres le oyeron:

“¡Ya Cristo nació!”

 

La estrella nos guiaba

con rumbo a Belén

y todas la cosas

dijeron: “¡Amén!”

 

Calentaron con su aliento

al recién nacido Rey,

los corderos y el jumento,

lo mismo que el manso buey.

 

Y a este cuento que yo digo,

siendo chango, lo contó

El Tatita, que es mi amigo.

Por eso yo creo en Dios.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Palabras de Buenaventura Luna sobre Martín Fierro y la Justicia Social (1952)



Entiéndase bien que Martín Fierro es un símbolo; símbolo de un campesino gaucho que tuvo en su pago en un tiempo, hijos, hacienda y mujer, “pero empecé a padecer, me echaron a la frontera, y qué iba a hallar al volver, tan sólo hallé la tapera”. Él, el gaucho, había ido a servir a la Patria con su sangre y con aquel brazo incansable revoleador de lanzas, recluta de Belgrano o peoncito de Güemes en el Alto Perú, en las campañas del Ejército del Norte. Después de la batalla, encendió fogones en la meseta de Chacabuco, pitó del juerte codo a codo con su hermano el roto la noche de Cancha Rayada, y por fin y remate de sus glorias tuvo que pedir prestada una camisa para poder asistir, aquí en Santiago, a la misa en acción de gracias por la victoria de Maipú.

 

Después, tiempo más tarde, le quebró la rienda al caballo para embarrarlo en la batalla contra el indio ranquel que amenazaba los inmensos pastoreos de los estancieros cuasi gringos de Buenos Aires. Ése fue su delito, el único delito decisivo de su drama, entre otras cosas, porque esta vez ya no iba a pelear bajo el mando de aquellos que, equivocados o no y por sobre toda divergencia circunstancial, perdurarán siempre en la emoción de argentinos y chilenos como representativos ardientes de la Patria Vieja: los Belgrano, los San Martín, los Güemes, los Carreras, los O´Higgins, los Freire, o los Manuel Rodríguez, o los Balcarce que, de un modo u otro, hicieron posible la posterior y resultante independencia política y jurídica de nuestras naciones.

 

  Y a los cuales sólo podemos -y sólo debemos- contemplar ahora desde el punto de vista dichoso y feliz de las conciliaciones nacionales e internacionales ya logradas en nuestras tierras precisamente por éso: porque casi todos, o todos ellos, tuvieron que pedir prestada una camisa, que vale casi tanto como decir la túnica dos veces milenaria del redentor Galileo, para dar gracias por su victoria contra los enemigos de su vocación más alta: la de la Libertad en lo Político, únicamente posible por la Verdad de la Justicia en lo Social.

martes, 29 de julio de 2014

Pampa del Chañar, por Paola Hascher, Rolando García Gómez y Guillermo Illanes

Buscando vivir sin saña, por Buenaventura Luna




Hoy 29 de julio, en un nuevo aniversario del fallecimiento de Eusebio Dojorti, compartimos estos sentidos versos suyos que encontramos en el libreto correspondiente al martes 4 de agosto de 1953 de su audición “Al paso que van los años”. (Y los acompañamos con una bellísima imagen lograda por el fotógrafo jachallero Roberto Ruiz).


Buscando vivir sin saña

Por Buenaventura Luna

 

Buscando vivir sin saña,

vine a hallar la soledad

en la nativa heredad

inmensa de la montaña.

Aquí, mejor me acompaña

con un canto de cencerros,

el ladrido de los perros

que me siguen, escoteros,

cuando voy por los senderos

de los altísimos cerros.

 

Aquí me saben mejor

y hasta me tornan más güeno

el patay y el pan moreno

en el rancho de un pastor.

Aquí no arraiga el dolor

ni duran las pesadumbres,

porque hicieron sus costumbres

estas gentes, de muy cuanta,

viéndolo a Dios en la santa

luz serena de las cumbres.

 

Aquí dice en jachallero

verdad clarita mi trova:

libre me hace la algarroba,

libre la miel del huanquero.

Apacible el tonalero

rezongo de una bordona,

dichoso la inocentona

chinita que me embeleca

cuando, alegre, baila cueca

con aires de redomona.

 

La añapa recién colada,

la sandia recién partida.

Hacer, en fin, de la vida

una cosa enamorada:

hacer con cada alborada,

crecer en luz y alegría

hacia el pleno mediodía,

y asombrarme ante el alarde

del sol, que incendia la tarde

de occidental lejanía.

 

Tomar la aloja recién

asentada en las tinajas;

cortar del jamón las rajas,

convidar sin ver a quién.

Tener lo poco por güen

alimento de lo humano;

vivir sosegado y sano,

ninguna envidia sufrir

y, sobre todo morir,

como he nacido: cristiano.

 

Y cuando quede dormido

en la nieve de mis cerros,

que pase con los cencerros

la luz de un canto perdido.

Que un rezo grave, dolido

de siglos recen por mí

las pobres gentes de aquí;

que un cardón deshoje flores

y un indio medite amores

del Huaco donde nací.

 

Que alguna vez los puesteros

del valle, rodeando el fuego,

me nombren en el sosiego

musical de sus aperos.

Que me invoquen los arrieros

tropiando en noche cerrada;

que alguien alce una tonada,

  una copla a mi memoria,

y después, que de esta historia

no vuelva a saberse nada.

martes, 29 de abril de 2014

Tener referentes




Por Carlos Semorile

 

Confieso que cuando se inauguró la escultura de Buenaventura Luna en el Molino de Huaco tuve sensaciones encontradas. Por un lado, quedé admirado por la maestría del artista plástico Fernando Pugliese, pues el parecido con la figura evocada es tan alto que resulta difícil sustraerse a su influjo. Dicho menos rebuscadamente: es una escultura realmente muy bonita. Pero, al mismo tiempo, quedé contrariado. El Buenaventura del Molino empuña una guitarra, y hubiese preferido que se lo retratase escribiendo: en el primer caso, la imagen remite a un cantor y/o a un guitarrero, y él no fue ni lo uno ni lo otro; en la segunda posibilidad, se rescataba su faceta mayor, la de escritor y poeta, a la par que se reafirmaba en la materia su credo en “la superioridad de la palabra”. Tratando de encontrarle la vuelta al equívoco que puede provocar el Luna abrazado a la guitarra, pensé que acaso sirviera para que se le prestase atención a su vasta producción musical, muchas veces relegada tras la belleza de sus poesías. Pero, como digo, era una solución de compromiso entre el deseo y la realidad, entre la figura imaginada y la obra concluida.

 

Pasaron los meses y en la red vi pasar muchas fotos de quienes elegían retratarse con “Don Buena”, imágenes de turistas, de admiradores y aún de “fanas” del huaqueño. No puedo decir nada de ellas, tan parecidas a cualquier otro hito en la vida fotografiable de los viajeros. Hasta que ayer apareció una imagen distinta, una foto que me conmovió y que es el motivo de estas líneas. En ella hay dos changuitos, uno más grande que, obediente, mira muy serio a la cámara, y otro más pequeño que observa a Buenaventura con el intacto asombro de sus años de niño chiquito. También se deja ver una joven, acaso la madre o una tía, o una hermana mayor que hace todo lo posible por acomodar a los pequeños, pero la pureza de la foto está más allá de sus afanes: está en los ojos de ese inocente que parece esperar que ese hombre que está al lado suyo comience a cantar en cualquier momento. No lo va a hacer, claro, pero él está ahí, en el instante en que el canto es posible y, al mismo tiempo, es posible escuchar una voz que exprese, “entre bandas inmensurables de silencio, la cultura”.

 

   Lo que quiero decir, bastante más allá de un debate que se generó –y del que participé- en torno al tema de la guitarra (y que se quedó bastante chato entre la voluntad de daño de algunos, y la pura inmediatez y la sola premura de los medios), es que todos somos ese niño y su inocencia. Todos entramos al mundo de nuestros mayores por alguna vía, y a partir de allí hay que comenzar a remontar la cuesta. En este sentido, Buenaventura Luna es un referente al que hay que ir conociendo por capas -el músico, el glosador, el letrista, el poeta, el escritor, el militante, el pensador nacional-, como de seguro harán estos hermosos changos de la foto. Para eso sirven estas esculturas, aún con sus fallos, para dejar una marca en la piedra y permitir que la memoria, los relatos orales, y finalmente los libros hagan su trabajo de develamiento de la figura y aparezca plenamente el pensamiento de un hombre en el devenir del tiempo y al calor de la historia. Y ahí, en ese instante de revelación, volver a pensar todo de nuevo. Como lo hizo el propio Eusebio Dojorti, para alcanzar el conocimiento de que los dueños de la Historia deforman nuestro pasado para dominar nuestro presente y cerrarnos las puertas del porvenir. 

viernes, 28 de marzo de 2014

Testamento

Por Carlos Semorile

 

Esta es una carta que Eusebio Dojorti le escribió al mayor de sus muchachos, José María “Marucho” Maestre. Pero leyéndola se puede advertir que, más que una carta, este es el testamento de un padre hacia su hijo. Un testamento ético en el que se revelan los anhelos más íntimos de un Eusebio todavía joven pero que, sabiéndose enfermo, le habla a Marucho desde “los umbrales de la vejez”.

 

Tuve la fortuna de que Marucho me narrara muchos de sus encuentros con “El Viejo”. Encuentros y también encontrones, donde los temas de la política argentina e internacional eran motivo de disputa entre el padre “nacional” y el hijo marxista, pero donde a la vez dirimían quién era mejor poeta, si Miguel Hernández –el preferido de José María- o Antonio Machado, el elegido por Eusebio. Y pasados muchos años, alguna vez lo escuché a Marucho desgranar las coplas del sevillano (“Murió don Guido, un señor de mozo muy jaranero, muy galán y algo torero; de viejo gran rezador”), para finalizar diciendo: “El Viejo tenía razón”.

 

Poetas y razones al margen, no puedo olvidar aquí que Olga Maestre se lamentó siempre de que la temprana partida de Eusebio privara a sus hijos de las posibles charlas e iluminaciones entre “El Papi” y sus muchachas y muchachos. Esta carta, este escrito o, si se quiere, este testamento es una prueba irrefutable de que Olga estaba en lo cierto.

 

 

Mi querido “Marucho”:

                                Tú eres un hijo muy bueno, muy inteligente y muy capaz. Mereces un hermoso destino; y yo no tengo cosa mejor que desear en el resto de mi vida. 

Mi vida no es un ejemplo de virtudes, pero lo es de sufrimiento y experiencia. Tengo que  pedirte tres cosas:

Primera de todas: que seas manso y tolerante con tu pobre madre, que ha sufrido más que tú y que yo.

Segunda: que nunca caigas ni en pensamiento ni en acto alguno del que tuvieras que avergonzarte ante el mundo. Esto es: en pensamiento o acto que no pudieras tener públicamente. Tienes que respetarte en tu soledad. Y así serás fuerte y alcanzarás el triunfo o la gloria que yo anhelé para mí, y que no pude alcanzar.

Tercero: que sigas estos tres consejos de tu padre. Y que cuando tengas alguna duda en su interpretación, vengas como ahora –con la cara inocente y limpia- a consultarlo.

Aparte de esto, nunca te verás en la humillación de tener que mentir o mostrarte cobarde ante nada.

Tú vez mis vicios: no los contraigas, porque yo me arrepiento y me avergüenzo de ellos, sin poder dejar de ser su prisionero. Sin embargo –y ya en los umbrales de la vejez- trataré de libertarme en homenaje a la amistad que debe ligarnos siempre y al respeto que te debo con mi cariño.

No sigas el mal ejemplo de los muchachos callejeros, que comienzan por compadrear con el primer cigarrillo. Estudia y sé activo contra todo: contra el frío y el calor, contra el miedo y el hambre y el cansancio.

Si sabes escucharme, tú llegarás a ser una cabeza de las altas que dirigen a los demás. Y yo podré morir dichoso de descansar en tu hombría, orgulloso de ti y de todos tus hermanos menores. Tu padre

                                                                 E. J. Dojorti.